martes, 17 de abril de 2012

Buenaventura y la transformación social del teatro porteño

“Una activo ambiente cultural, ayuda a la gente a compartir mejor su cultura e historia… esta es una de las mejores vías para que una comunidad desarrolle su capacidad de cooperación y de construcción de conexiones sociales y cívicas”[1]

El teatro desde su aparición ha mutado en una multiplicidad de formas que no han dejado de evolucionar desde su nacimiento. Desde los griegos, los romanos, en la edad media, etc; el papel del teatro ha estado relacionado con el hombre y su vida, y ha intentado responder la incógnita de cómo nos relacionamos y asumimos nuestros sentimientos. Es decir, el teatro es formador de comunidad, ya que es una actividad que congrega alrededor de un objetivo (observar y ser observado, representar, denunciar, provocar, etc) y promueve la reflexión de un grupo al respecto de un hecho vivo. Ya se han dado varias discusiones al respecto sobre el papel del teatro y el arte en nuestra época, como si se tratase de encasillar o dar una tarea específica a un hecho que por sí mismo genera y permite diferentes interpretaciones. En nuestro tiempo, propongo una definición de teatro como una respuesta a la necesidad del individuo por reconocerse en algo más que una etiqueta grupal de los medios masivos, para sentir que tiene un papel fundamental dentro de esta sociedad, no como un elemento creador de emociones a partir del consumo; sino como un ser sensible, afectable y consciente de su fragilidad. Es en últimas, esta sensación de fragilidad lo que nos hace fuertes al salir de la sala y encontrarnos frente a nuestros problemas. Acaso al igual que en una iglesia, el teatro invita a la gente a reunirse a compartir valores, a creer en lo que se presenta frente a ellos y a reflexionar sobre sus actos tomando otros como ejemplo[2]. El teatro es un espacio y un acto de provocación.

Hace casi 7 años se inició un proyecto de formación artística en teatro en el municipio de Buenaventura, Valle del Cauca; iniciativa que buscaba en principio brindar un espacio de educación no formal de alta calidad en el área artística teatral y cuya finalidad tácita era la de conformar un colectivo que a la larga continuara con la difusión y práctica del oficio teatral en la región. La estrategia y parte del éxito obtenido estuvo basado en el grupo foco sobre el que se direccionó el trabajo, jóvenes entre los 16 y 24 años, cumpliendo con dos tareas al mismo tiempo: formar mientras se utiliza el tiempo libre de una población vulnerable y/o sensible a hechos de violencia, al mismo tiempo que se sembraba a futuro. Los talleres o módulos en los que se dividió el programa culminaban con productos artísticos que a la postre se convirtieron en el repertorio del grupo en los años siguientes al taller, es decir, el taller no sólo formó actores, formaba también público.

Los resultados fueron satisfactorios en una primera etapa, incluyendo visitas a la escuela de Arte Dramático de la Universidad del Valle en Cali y Teatro Delia Zapata Olivella de Bogotá, además de innumerables funciones en la ciudad, una invitación al XII Festival iberoamericano de Teatro de Bogotá recibiendo las mejores críticas en el ámbito artístico y la posterior apertura del programa extensión de Licenciatura en Arte Dramático en la Sede Pacífico de la Universidad. Estas consecuencias artísticas definitivamente despejaron dudas sobre el talento de los habitantes de la zona, el potencial del nativo del pacífico había sido descubierto y ya solo bastaba aprovechar este “diamante en bruto” y saber proyectar el trabajo a futuro.

En medio de la emoción por el descubrimiento de este potencial yacimiento artístico y con la motivada apertura de la escuela obviamos algunos detalles propios de la zona y quizá el que ha sido hasta el momento el problema más importante a tratar con nuestros estudiantes: Los jóvenes creadores fueron el resultado de una iniciativa externa, y la ciudad con su propia dinámica aún no estaba del todo preparada para ello. Ha aparecido en nuestro trabajo una pregunta que direcciona nuestra investigación ¿cuál es la visión de la comunidad sobre el papel del arte en su desarrollo? Y regresamos al tema del talento: innato, incuestionable e inagotable de los habitantes de la zona; allí había estado todo el tiempo, pero ¿qué estaba pasando en la comunidad que no permitía el despegue de estos talentos ni de su evolución?

Nuestra especulación al respecto ha sido que la comunidad en la que trabajamos tiene su propia manera de articular el arte a su vida. En la región, el arte no es visto como una mercancía, ni un negocio; las expresiones artísticas en el pacífico aparecen como respuestas del ser humano a los hechos que se suceden a su alrededor, y no tanto una necesidad estética creativa –y a veces ególatra- de lo que conocemos como un artista convencional. Las pruebas son múltiples: hay más de 50 grupos de danza en la ciudad, 200 grupos musicales y un incontable número de decimeros, pintores y artesanos… pero solo una escuela profesional de arte… la de teatro. En medio de tanto artista nos preguntamos… ¿Cuál debe ser el papel de nuestro arte y de nuestra formación en la comunidad?

Dentro de los proyectos que se ha tenido fortuna de desarrollar en anteriores oportunidades, nuestra premisa se ha basado en definir arte propio como el resultado de la suma entre unas prácticas artísticas y la definición de un pensamiento estético, ubicando lo estético no como teoría del arte o discusión del mismo, sino direccionándolo hacia lo sensible; lo estético en nuestro trabajo surge como reflexión de los comportamientos, actitudes, y prácticas en que se expresa una idiosincrasia, conectando estas prácticas con un pensamiento inherente a la comunidad. Respondemos así a otra premisa en nuestro trabajo: convertir el entretenimiento en un acto de compromiso con la realidad y sacándolo de la categoría de mecanismo escapista.

En los últimos dos años y con la escuela de arte dramático en funcionamiento, el papel de los jóvenes creadores del litoral se ha modificado, en tanto que ha mermado su producción artística como grupo, para darle paso a la multiplicación del conocimiento, generando otro tipo de inquietudes para ellos y para la ciudad. Como es claro que en esta zona no basta con ser “artista” nuestros últimos proyectos han estado encaminados hacia la formación de público, después de todo es la razón de ser del teatro. Los modelos –pedagógicos en nuestro caso- se pueden implantar dentro de comunidades específicas debido a sus resultados previos en otros entornos; pero aun así, la finalidad del modelo implantado en nuestro asunto se ha convertido en encontrar la armonía de lo sensible en cada elemento participante del hecho teatral, y que este lado intuitivo se convierta en motor de la creación artística; el modelo de ser humano del litoral es la meta final. Esta nueva orientación del proyecto ha permitido aflorar las inquietudes propias de nuestros antes actores identificando la necesidad de la creación de redes y su importancia dentro de la asociación arte y comunidad.

La construcción de redes nos ha permitido desde este aislamiento, mantener un diálogo continuo con otras instituciones, a la vez que ha incrementado el interés de la comunidad por el teatro. El festival intercolegiado de Teatro de Buenaventura por ejemplo, proporciona un espacio de reunión para nuestros artistas directores y actores del futuro, abre un lugar para la discusión de temas de interés a través del teatro y promueve indagaciones personales en lo estético. Los talleres para profesores que desde hace un año se brindan en la universidad, han modificado un poco la visión del teatro dentro de las instituciones educativas y nos ha permitido hacer un directorio básico de profesores con quienes a menudo intercambiamos información. Los propios estudiantes y el público en general ya identifica elementos artísticos y estéticos que les permiten disfrutar por encima del solo entretenimiento una obra teatral; en conclusión, son estas redes las que nos han permitido llegar a la comunidad invitándola a hacerse responsable de la creación y desarrollo de su propio teatro. El proyecto jóvenes creadores indirectamente ha permitido en Buenaventura ampliar el rango de oportunidades para el acceso a la educación superior, cambiando algunos conceptos de la población en general sobre el oficio del actor y promoviendo otros espacios para el diálogo artístico por fuera del ambiente fiestero en el que se enmarca esta cultura.

Para que un teatro sea auténtico, debe tener su dramaturgia y responder a una estética. El teatro ni ningún arte es ajeno a su entorno; el arte[3] es creación y reinterpretación sobre el entorno en la búsqueda del placer y la belleza. Y bien, los conceptos de realidad, y belleza en cada lugar son distintos. En un entorno como el que trabajamos, con unas características tan particulares de relaciones, de reelaboración del mundo, de estructuras de poder, los ejercicios de estudios o juegos dramáticos[4] se convierten entonces en el medio para investigar, delinear y definir una dramaturgia propia. Allí es donde nuestra labor de gestores, profesores, directores, artistas se transforma en facilitadores del diálogo entre la comunidad misma y sus costumbres, es decir, nosotros aportamos a la apropiación de una cultura. Los jóvenes creadores, no tienen como fin construir ni inventarse un teatro, nosotros nos consideramos mediadores para que la comunidad construya el suyo.

En suma, todas las actividades de los jóvenes creadores a lo largo de estos años se han logrado sintetizar en un hecho concreto que lastimosamente no los ha incluido ni ha generado formas en que los beneficie directamente: la apertura del programa profesional en teatro. En esta ciudad se hace y ha hecho teatro desde antes de la conformación del colectivo, se ha utilizado el teatro como herramienta evangelizadora, para la resolución de conflictos, para pedagogía, en sociodramas, etc. La diferencia que ha marcado este grupo, es la de invitar al público a replantearse la actividad artística y sobre todo la concepción de quien hace teatro y la responsabilidad de quien lo ve.

Los jóvenes creadores se han convertido en promotores artísticos, en dinamizadores de iniciativas en arte y en la prueba de que la formación artística no sólo busca la transformación estética de individuos, sino de toda una sociedad.

MANUEL FRANCISCO VIVEROS


[1] Creative Communities Bouldier´s Handbook, Pg, 7 El libro del Constructor de comunidades creativas.

[2] “El mito es un modelo complejo de la existencia, la religión busca reproducir esos modelos y el teatro representarlos, hacerlos visibles y hacernos conscientes por medio de la exaltación y/o transgresión de esos mitos” GROTOWSKY Jerzy. Hacia un teatro pobre. Ed. Siglo XXI, 2008

[3] Etimológicamente, la palabra latina ars y la palabra griega tekhné tienen la misma significación: el ejercicio de un oficio determinado por reglas prácticas. Los pensadores griegos, como Platón y Aristóteles, empleaban la palabra arte en este sentido, ampliándolo. "El arte (tekhné) es una disposición susceptible de mover al mover al hombre a hacer una creación, acompañada de razón verdadera", escribió Aristóteles {Ética a N¡cómaco,6,4). Sus reflexiones sobre el arte abarcan tanto al pintor como al arquitecto, el poeta y el tapicero, el carpintero y el tirador con arco. No existe pues distinción entre artista y artesano, ni separación, en el seno de la producción social, entre objetos técnicos y objetos de arte. Asimismo, la antigüedad, como las sociedades tradicionales, reconocía el talento artístico de ciertos creadores (Fidias, Apeles... ) y sabía apreciar la mayor o menor belleza de las obras de arte. CHEVALIER, J. y GHEERBRANT, Alain. Diccionario de los símbolos. Herder Barcelona, 1986.

[4] En este caso nos referimos al tema creación de historias, en los dos cursos de arte dramático que hay hasta el momento (Diciembre de 2011) y/o en el grupo jóvenes creadores, además de otras experiencias donde el principal componente lúdico-teatral, ha sido la construcción de historias a partir de experiencias propias de los estudiantes.